jueves, 10 de septiembre de 2009








Arturo Bandini, Holden Caulfield, Harry Haller, John The Savage, Karl Rossman, William (Buffalo) Lee, Henry Chinasky, Winston Smith, Lord Henry Wotton, K, Dean Moriarty, Alexei Ivanovich, Leo Percepied, Alex, Silvio Astier.




No parecerá entonces exagerado decir que entre un individuo y el comerciante se han establecido
vínculos materiales y espirituales, relación inconsciente o simulada de ideas económicas, políticas,
religiosas y hasta sociales, y que una operación de venta, aunque sea la de un paquete de agujas,
salvo perentoria necesidad, eslabona en sí más dificultades que la solución del binomio de Newton.
Pero ¡si fuera esto solo!
Además, hay que aprender a dominarse, para soportar todas las insolencias de los burgueses
menores.
Por lo general, los comerciantes son necios astutos, individuos de baja extracción, y que se han
enriquecido a fuerza de sacrificios penosísimos, de hurtos que no puede penar la ley, de
adulteraciones que nadie descubre o todos toleran.
El hábito de la mentira arraiga en esta canalla acostumbrada al manejo de grandes o pequeños
capitales y ennoblecidos por los créditos que les conceden una patente de honorabilidad y tienen por
eso espíritu de militares, es decir, habituados a tutear despectivamente a sus inferiores, así lo hacen
con los extraños que tienen necesidad de aproximarse a ellos para poder medrar.
¡Ah!, y cómo hieren los gestos despóticos de esos tahúres enriquecidos, que inexorables tras las
mirillas del escritorio anotan sus ganancias; cómo crispan en ímpetus asesinos esas jetas innobles
que responden:
—Déjese de joder, hombre, que nosotros compramos a casas principales.
Sin embargo, se tolera, y se sonríe y se saluda... porque "así es la vida".

(extraìdo de El Juguete Rabioso, R. Arlt)


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